martes, 12 de julio de 2011

Las fiestas de mi barrio

Hoy he caído en la cuenta de que ya han empezado las fiestas de mi viejo barrio. De manera automática me han venido a la mente miles de recuerdos, de imágenes de mi adolescencia en los que aquellas fiestas eran un verdadero acontecimiento que celebrábamos la pandilla por todo lo alto.
Recuerdo como si fuera ayer las competiciones de fútbol o baloncesto donde los equipos del barrio nos jugábamos el tipo como si de la final de la champions league se tratase. Centenares de vecinos rodeaban el viejo campo de fútbol al que el ayuntamiento y la asociación de vecinos le echaban unos camiones de arena para que el “terreno de juego” estuviese algo más llevadero de lo habitual. Aplaudían con euforia cada jugada, cada despeje y cada gol de su equipo como si de un triunfo de la selección del mítico Arconada se tratase. Aquello sí que era un verdadero acontecimiento, sí señor.

Imagen propiedad del portal www.linares28.es
Luego estaban los campeonatos de tute y dominó en los que los más viejos del lugar pasaban horas sentados delante de una mesa y un mantel mientras se fumaban unos ducados y se tomaban unos chatos de vino pendientes de que el contario no les hiciese fullería. Que arte.
Por las mañanas nos apuntábamos en grupo a las carreras de sacos o al juego de la cucaña en el que solo unos pocos conseguían llegar a lo más alto del palo al que antes se había impregnado de todo tipo de grasas para que su escalada resultara misión complicada.
Llegada la noche, unas fichas para los coches de choque nos ponían de nuevo las pilas antes de ir a la plazoleta donde el Willy`s tenía su equipo de música listo y a punto para hacernos ver el amanecer después de disfrutar de la actuación de la orquesta de turno mientras nos marcábamos unos bailes a consta de la Década Prodigiosa, los Tequila, Tino Casal, Miguel Ríos, Mecano, o los Leño. Aquello sí que eran verbenas.
Lo bueno de aquellos tiempos era que a los vecinos nos les importaba estar cuatro o cinco días sin pegar ojo por culpa de las fiestas de su barrio, del cojonero tío de la tómbola y sus muñecas chochonas, y de la música de Blanco y Negro hasta el amanecer. Que fiestas las de aquellos años. Todo eran ojeras, pero con buen rollo y armonía.
Hoy, como todo, las fiestas de muchos de nuestros barrios han cambiado. Ya no son lo que eran. Ya apenas hay competiciones deportivas. Los chavales se quedan en sus casas al fresco del aire acondicionado mientras tuitean o feisbuquean con su ordenata sin saber lo que se están perdiendo al pasar de aquellos juegos de entonces con los que crecimos y nos divertimos toda una generación. Los vecinos ya no aguantamos el zumbido de un mosquito que al día siguiente hay que madrugar con lo que la música hay que apagarla prontito porque si no nos levantamos de un humor de perros.
Son nuestros hijos los que hoy prefieren hacer botellón en lugares inhóspitos y llenos de mierda, a disfrutar de unos bailes y unas risas con sus colegas y con el resto de los vecinos a los que, seguro, apenas conocen, si acaso de algún “buenos días”, por educación. Eso de compartir pista de baile con sus viejos y sus vecinos no les mola.
Lo peor de todo es que seguro que nosotros, sus padres, tenemos parte de culpa de que poco a poco se pierdan muchas de esas tradiciones en las que la convivencia y el respeto al prójimo era lo más importante. A veces pasamos tanto de todo que se nos pasa por alto lo que a nosotros nos enseñaron un día nuestros padres. Una pena.
Tendrá que ser así.
*Arículo publicado en DIARIO IDEAL el martes 12 de julio de 2011